miércoles, 24 de diciembre de 2008



Reseña de Eduardo Casanova sobre la novela "Qué bien suena este llanto"
“Margarita, está linda la mar” es el primer verso de un conocidísimo poema de Rubén Darío (Margarita, está linda la mar, / y el viento / lleva esencia sutil de azahar; // yo siento / en el alma una alondra cantar / tu acento. / Margarita, te voy a contar / un cuento. Etcétera), y entre signos de interrogación (¿Margarita, está linda la mar?) es el título de una novela el excelente narrador nicaragüense Sergio Ramírez (Alfaguara, Madrid, 1988). La Margarita de Rubén es la destinataria de un bello poema y de un cuento, del cuento de un rey que tenía “un palacio de diamantes, / una tienda hecha del día / y un rebaño de elefantes, / un kiosco de malaquita, / un gran manto de tisú / y una gentil princesita, / tan bonita, / Margarita, / tan bonita como tú.” Nada más delicado, más femenino e infantil que este poema que en 1908 Rubén Darío dedicó a una niña de cinco años: Margarita Debayle, hija del médico Luis H. Debayle, que invitó al poeta a pasarse unos días en la isla El Cardón, en la Bahía de Corinto. La pequeña Margarita Debayle Sacasa, al crecer, se casó y tuvo descendencia. Murió en 1983. Una parienta suya, Guillermina Fábrega, se casó en Costa Rica con un sabio suizo, Henri Pittier, cuyo hijo, Emilio Pittier Fábrega, tal como el Doctor Pittier, su padre, se estableció en Venezuela, y aquí se casó con Berta Sucre y fundó una ya larga familia venezolana, de modo que algo de aquella Margarita de Rubén Darío, “tan bonita, / Margarita, / tan bonita como tú” llegó a Venezuela y se quedó entre nosotros. Pero, sin que se enteraran ni Rubén, ni Pittier ni Sergio Ramírez, algo más se produjo en Venezuela relacionado con aquella Margarita: “Margarita, está linda la mar” es el leit motiv de una muy buena novela venezolana, escrita por otra Margarita, Margarita Belandria (Canaguá, Estado Mérida, 1953), la novela “Qué bien suena este llanto” (Asociación de Escritores de Mérida, Fondo Editorial Ramón Palomares, Consejo Nacional del Libro, CENAL, Mérida, Estado Mérida, 2006. 125 pp.)No es una novela cualquiera. Es una muy buena novela que merece la atención de la crítica y de los lectores, no sólo de Venezuela, sino de todo el mundo de habla hispana, por lo menos. Está muy bien escrita, muy bien armada, y sin apelar a trucos y habilidades de lenguaje, logra el mismo efecto que los experimentos de Mario Vargas Llosa y los novelistas del boom en cuanto al manejo del tiempo. Narra la vida de otra Margarita, Margarita Palma, paramera, menuda, aparentemente delicada, pero que lleva en sí toda la fuerza de los fuertes vientos montañeros que produjeron mujeres del calibre de Dominga Ortiz, la esposa de José Antonio Páez, una figura ejemplar y poco estudiada de nuestra historia. Margarita Palma también se casó con un llanero, muy inferior, eso sí, a Páez: Tomás Antonio Fernández Tapia, hacendado y padrote barinés, lleno de mañas, a quien otro personaje femenino de alto calibre, la llanera Pilar Moronta, rebautiza “Macho Amargo”. Doña Pilar, la contrafigura de Margarita Palma, es del mismo linaje que la Doña Bárbara galleguiana, aunque es de tiempos más recientes que incluyen la etapa de la lucha armada de los años 60. Margarita (“Margarita, está linda la mar”), a su vez, es hija de un trujillano que huyó de sus pagos para no ser alcanzado por una injusticia en tiempos de la dictadura gomecista, y que recibió a su joven esposa por decisión del padre de ella, que estaba enamorada de una ilusión, de un imposible, pero supo adaptarse a su vida y soportar todo lo que tuvo que soportar. Margarita Palma, en cambio, es huérfana temprana de madre, sobrina de un Cardenal, y se entregó al “Macho Amargo” en busca de una vida nueva y por el deseo irrefrenable de conocer la mar. Al principio se siente fascinada por todo lo que vive, pero a la larga, cuando se da cuenta de que es “catedral” rodeada de “capillas” y víctima de muchas injusticias, se siente obligada a dejar aquella vida ficticia, en la que se mezclaban los elementos más sórdidos de la política y la plutocracia de fines del siglo XX con muchos que no eran otra cosa que ecos del XIX y decide volver a sus páramos, a acompañar a su padre (y su concubina, que fue amiga de la difunta madre) en sus últimos momentos. Y es entonces cuando se produce en la novela el efecto mágico del tiempo. Porque el tiempo de los páramos es un tiempo nutrido de pasados, pero simultáneo al de Mérida, que es el presente real, de fines del siglo XX, y al de Barinas, en el que se combinan ambos, tal como se combinan las luces y los calores del Llano. Margarita (“Margarita, está linda la mar”), la silvestre paramera, se encuentra en Mérida, en la Universidad, con su compañera de infancia que ha superado valientemente sus limitaciones y guía a Margarita en su nuevo camino, en el que vive como nunca, como cualquier estudiante universitaria que hasta se deja seducir por un mañoso intelectual moderno, profesor de la Escuela de Letras. Margarita (“Margarita, está linda la mar”), vive su propio final cuando, por fin, se encuentra realmente con la mar, que no es un mar apacible, sino un espacio formidable y aliado con la destrucción que se manifiesta en los horrores de la catástrofe del Litoral Central de Venezuela de 1999, cuando el gobierno “Revolucionario” prefirió que miles de venezolanos encontraran la muerte a alertarlos y cortar un proceso electoral refrendario que le permitiría hacerse una Constitución a la medida.Es una novela modernísima con elementos muy antiguos y muy bien dosificados, que viene a sumar el nombre de Margarita Belandria a los de Antonieta Madrid, Ana Teresa Torres, Laura Antillano y todas las excelentes novelistas que mantienen viva la selva que inició Teresa de la Parra y continuaron, entre muchas otras, Lucila Palacios, Antonia Palacios y un larguísimo etcétera, palabra que también es de género femenino. “Qué bien suena este llanto” es una obra que debe ser objeto de la mayor atención por parte de quienes se ocupan de la buena literatura en todo el mundo de habla hispana. Otra cosa sería demasiado injusta.