BANALIZACIÓN DEL LENGUAJE






BANALIZACIÓN DEL LENGUAJE
Margarita Belandria*

La lengua —o idioma—  es el medio más idóneo del que disponemos para adquirir y comunicar adecuadamente nuestros conocimientos.  De su uso apropiado depende la cabal inteligencia o comprensión de las ideas que queremos aprehender o transmitir.
En su estado natural, la lengua es extremadamente variable y propensa a constantes mutaciones.  Lo único que es invariable es la necesidad de comunicación de los humanos, y la necesidad de asegurar el conocimiento.  Con este último propósito, entre otros, es que en el curso del tiempo se han venido ideando métodos y reglas que permiten uniformar, delimitar y conservar una determinada lengua. Esa lengua así uniforme y delimitada se convierte en lenguaje culto, y es el que inevitablemente ha de utilizar quien pretenda poseer o transmitir conocimientos científicos, técnicos, literarios, etc.  La razón es muy sencilla: en el lenguaje corriente o coloquial los nombres de las cosas son temporal y espacialmente diversos.  Lo que aquí significa una cosa, allá significa otra, y más allá otra. Tómense por ejemplo las diversas maneras que hay en las distintas regiones de nombrar las plantas o los órganos sexuales, incluso dentro de un mismo país. Sería imposible establecer un sistema de conocimientos teórico-prácticos de la botánica o de la anatomía si no se empezara por fijar los conceptos del objeto a tratar. Sin el lenguaje culto no habría ni ciencia ni gente educada.
La lengua  culta es un lenguaje universal en el sentido de que es común al universo de comunidades o países que la hablan, con independencia de las peculiaridades de cada comunidad o territorio; asimismo, es común a un universo de personas: las que han recibido el respectivo entrenamiento, es decir educación, en un grado tal que les garantice un apreciable nivel de cultura. El estudio de la gramática —sin pretender otorgar a ésta una exactitud matemática— y del lenguaje en general, es imprescindible para quien quiera tener solidez en sus conocimientos, muy especialmente para el conocimiento jurídico, de cuya rectitud depende en gran parte la justicia. Y si bien es cierto que la lectura de buenos autores afina el entendimiento y dispensa del estudio de las reglas gramaticales a algunos privilegiados, también es cierto que éstos sabrán expresarse armoniosa y correctamente pero no sabrán el porqué; saber el porqué también forma parte del conocimiento del idioma y del cultivo personal.
Es el lenguaje culto el que ha de ser usado por quienes de un modo u otro ejercen influencia en la opinión pública y la vida cultural de las comunidades, que se ocupan de informar y de educar —en el sentido más amplio del término educación—, entre los que no solamente se cuentan los profesores de todos los niveles educativos, sino también periodistas, analistas, columnistas de revistas y periódicos y otros comunicadores sociales (políticos, sacerdotes o pastores incluidos), escritores literarios o de artículos científicos, promotores culturales y de los derechos humanos, etc.
En Venezuela y demás países hispanohablantes se observa una creciente banalización de nuestra lengua, oral o escrita, no solo en los medios de comunicación (TV, diarios, revistas, blogs, etc.), sino incluso en comunicaciones y escritos académicos, como la ya penosamente extendida “oferta académica”, que suelen usar en algunos espacios universitarios para anunciar la convocatoria a algún concurso o la apertura de alguna carrera, maestría, doctorado, diplomados, seminarios, etc., sin percatarse, tal vez, de que el uso general y corriente de la palabra ‘oferta’ tiene el sentido que el DRAE registra, como “puesta a la venta de un producto rebajado de precio”; es decir, una ganga. Y el verbo ‘ofertar’ (derivado de ‘oferta’)  también lo usamos como lo registra el DRAE, como “ofrecer en venta un producto”.Tenemos entonces que ‘oferta’ y ‘ofertar’ son términos propios del lenguaje comercial o mercantil, y en ese sentido se ha usado siempre, tanto en el habla común como en el lenguaje culto. De donde se infiere que una “oferta académica” es no solo un contrasentido sino casi un agravio a la naturaleza misma de la academia.
Es lamentable que el lenguaje académico se esté permeando de la jerga periodística y mercantil, entre otras jergas. Pareciera como si entre los propios universitarios se hubiese perdido de vista no solamente el buen gusto y la conciencia del lenguaje sino la misión de la Universidad descrita con acierto en los tres primeros artículos de su propia Ley: la de cumplir una función rectora en la educación, la ciencia y la cultura, y orientar la vida cultural del país.
En esos mismos espacios comunicacionales y académicos, nacionales e internacionales, como muestra de la banalización del lenguaje, se observa con frecuencia —aparte del uso incorrecto del verbo haber, de los queísmos y dequeísmos—  el mal uso (o abuso) de la palabra “tema”, convertida ya en un comodín para suplir casi cualquier otra palabra: asunto, cuestión, negocio, circunstancia, conflicto, protestas, escasez, pobreza, abundancia, dificultad, entre otras inimaginables, y expresiones como que alguien no pudo asistir al trabajo por “el tema del transporte”, o «están presos por el tema del gas doméstico», expresiones que poco informan y solo podrían generar interrogantes: ¿estarían robando gas?, ¿estarían utilizando el gas con fines ilícitos?, ¿estarían protestando por la escasez del gas?, etc., o alguien no pudo asistir al trabajo por “el tema del transporte”, en vez de decir que es debido a huelga del transporte público o por insuficiencia de vehículos en el transporte público (que es lo que está ocurriendo en Venezuela y la gente se ve forzada a trasladarse de pie y hacinada a bordo de camiones de carga que coloquialmente llaman “perreras”). Naturalmente, toda palabra puede indicar un tema, pero lo es en la medida en que constituye un objeto de estudio, reflexión y análisis. El uso descomedido de la palabra “tema” podría ser por razones eufemísticas, de no querer llamar las cosas por su nombre, por comodidad irresponsable o por carencia de léxico y habilidad lingüística para hallar la palabra acertada.
En este prontuario de desatinos lingüísticos nos hallamos con otras palabras y expresiones incorrectas, feas, antiestéticas, que revelan ausencia de reflexión sobre nuestro propio lenguaje, como si las palabras fueran cosas fungibles como el arroz o los frijoles, que igual sirve  un grano que otro; entre tantas, se pueden señalar las siguientes:
El pueril “y que” en sustitución de la palabra “dizque”  (contracción de “dice que”), para referirse a algo que se dice o se rumora: “¿No y que no había crisis humanitaria?”, escribió a través de  Twitter un importante personaje universitario.
El “al interior de”, que si bien es correcto en el caso de “viajó al interior del país”, no lo es cuando están involucrados verbos que no implican dirección o movimiento, y que exigen la preposición “en”; ejemplo, “las sustancias presentes en el interior de las plantas”, y no “las sustancias presentes al interior de las plantas”,como escribe un experto en esa rama de la biología; o que tal político tiene “tiene reconocimiento al interior de las fuerzas armadas”, en vez de la frase correcta “tiene reconocimiento en el interior de las fuerzas armadas”.  
Por otra parte, se ha desatado como una especie de fobia contra el verbo “poner”, porque “las que ponen son las gallinas”, les dijo un profesor de castellano a sus alumnos. Con la “proscripción” del verbo poner, brota el abuso del verbo “colocar”. Ya no se trata de “vamos a ponernos de acuerdo” sino “vamos a colocarnos de acuerdo”, ya alguien no se pone loco sino que “se coloca loco”, o nadie se puso a reír sino que se “colocó a reír”,  y hasta “los perros se colocaron a ladrar”. Al respecto hay que tener en cuenta que el verbo poner es más amplio e incluye todos los significados del verbo colocar, pero no a la inversa; pues colocar se refiere más específicamente a lugares y cosas tangibles como “colocar una silla en el patio”, pero igual se puede decir “poner una silla en el patio”; es decir, el verbo poner puede sustituir al verbo colocar en todos los casos, pero no al contrario.
Si nos preguntamos la causa de la banalización del lenguaje, nos encontramos con que cada día se lee menos a los clásicos y otros buenos autores; cada día se estudia menos lógica y gramática de manera reflexiva, cada día se prescinde más del diccionario, y en nombre de la espontaneidad y autonomía personal, abundan quienes pretenden hablar y escribir “como yo quiero”, “ese es mi estilo”, considerando el buen uso del idioma como una imposición “burguesa” o de otras élites dominantes, como creen ciertas y nefastas ideologías que se han puesto de moda y que pretenden distorsionar hasta los hechos biológicos de la naturaleza y verdades evidentes que se sostienen por sí mismas.



* Profesora Titular. Universidad de Los Andes - belandria@gmail.com
Publicado en Analítica.com. , diciembre 2019.