EN TORNO A LA LÓGICA Y EL LENGUAJE

 


 

Margarita Belandria

 

Que la lógica nos ayuda a desarrollar la capacidad de interpretar y la capacidad de argumentar de manera más razonable y coherente, en cualquier campo del conocimiento, es un hecho incuestionable. Nos referimos aquí a la lógica de uso, tradicional  o aristotélica[1], la que se enseña y se aprende para mejorar la calidad del pensamiento objetivo y nuestra capacidad argumentativa y que tiene como una de sus funciones principales la de prevenirnos contra las falacias y los razonamientos sofísticos.

Aunque el ser humano posee por naturaleza un cierto sentido lógico, que ha sido entendido como “sentido común” —del que, en términos cartesianos, nadie se jacta de carecer—, son muchos, pese a ello, los malentendidos y desacuerdos lingüísticos en las comunicaciones interpersonales de la vida cotidiana que a menudo exceden esos límites y se introducen de manera subrepticia en los distintos saberes propios de la ciencia y la academia.

 El lenguaje discurre por carriles lógicos y se manifiesta mediante un “discurso”, ya sea oral o escrito; corto o largo. Pero un discurso —de la temática que sea— no ha de ser desarrollado de cualquier manera, sino que él posee una estructura lógica interna; es decir, una unidad de proporción que guardan las partes entre sí con la totalidad del mismo, como lo expresa Platón en su diálogo Fedro: «Todo discurso debe estar compuesto como un organismo vivo, de forma que no sea acéfalo, no le falten los pies, sino que tenga medio y extremos y que al escribirlo se combinen las partes entre sí con el todo»[2].

Un discurso bien razonado y articulado, no falaz y que logre su propósito comunicativo, se consigue no solo mediante un buen dominio del lenguaje, sino que requiere además de los más básicos conocimientos lógicos. Y es el estudio de la lógica el que contribuye a fortalecer y purificar las habilidades intelectuales para detectar y distinguir las falacias y evitar incurrir en ellas; aumentar la capacidad para formular razonamientos y examinarlos críticamente; asimismo, la comprensión e importancia del lenguaje como estructura del pensamiento. Bien sabemos que el pensamiento humano es lingüístico, pues el lenguaje proporciona las estructuras básicas del pensamiento que posibilitan la búsqueda y comprensión de las distintas clases de conocimientos.  No parece posible pensar y razonar únicamente con imágenes. Se requiere de los conceptos y palabras que nombran o representan a las cosas para poder pensar, juzgar y razonar sobre esas cosas.  Por ello, en todas las ciencias, pero principalmente en las ciencias sociales, dada su naturaleza misma (de “ciencias blandas”), se presenta con mayor acuciosidad la necesidad de afinar el conocimiento de la lógica y el lenguaje.

Desde Aristóteles, quien fue el primero en tematizarla[3], se ha considerado a la lógica como una propedéutica a todas las ciencias; es decir, una introducción preparatoria que nos habilita para emprender y comprender estudios más complejos y especializados. Es entonces la lógica, en este sentido, una educación y entrenamiento del intelecto, pero también de la razón en general y por ello aplicable a todos los asuntos humanos. Es por su desconocimiento que tan fácilmente podemos caer en el error y en la argumentación falaz, ya que las falacias tienen el poder de ser psicológicamente muy persuasivas cuando no estamos sólidamente prevenidos contra ellas.

Algunos de los sabios que contribuyeron al desarrollo y apuntalamiento de  nuestra cultura han resaltado la importancia de la lógica al definirla. Tomás de Aquino la concibe como «ciencia y arte de los actos de la razón, por la cual el hombre, en el mismo acto racional, procede ordenada, fácilmente y sin error». Baruch de Spinoza considera a la lógica como «la manera de perfeccionar el entendimiento». Wolf la define como «la ciencia de dirigir la facultad cognoscitiva hacia el conocimiento de la verdad». Para Kant, es «la ciencia de las leyes necesarias del entendimiento y de la razón en general», y agrega que la lógica, en cuanto propedéutica, constituye simplemente el vestíbulo, por así decirlo, de todas las ciencias. Tomando en cuenta estos criterios, la enseñanza de la lógica no debería limitarse a integrar el plan de estudios de solamente algunas carreras universitarias, sino de todas, e incluso, comenzar su enseñanza desde el bachillerato o educación secundaria.

Más modernamente, Irving Copi ha definido la lógica, con bastante acierto, como «el estudio de los métodos y principios que nos permiten distinguir los razonamientos correctos de los incorrectos». Pero ¿cuáles son esos métodos y principios que nos permiten distinguir los razonamientos correctos de los incorrectos? De ellos sería largo dar una enumeración detallada. Podemos, sin embargo, enunciar algunos de los más importantes, por ejemplo: la diferencia entre pensamiento y conocimiento; los elementos constitutivos del razonamiento (el concepto y el juicio o proposición); la detección de las falacias y razonamientos sofísticos (que tan fácilmente se cuelan en nuestros pensamientos, conversaciones y escritos); la distinción de las funciones básicas del lenguaje (informativa, directiva, expresiva y mixta); la diferenciación entre enunciado, oración y proposición; la división lógica y sus reglas (géneros y especies); la definición y sus reglas, etc., más las reglas del razonamiento deductivo e inductivo.

De la relación lógica-lenguaje, podría decirse que la lógica viene a ser como una matemática del lenguaje. Existe necesidad lógica entre el sujeto y el predicado de una oración; pues la oración es la organización lógica de las palabras con las que nos comunicamos, en cualquier idioma. Sin la lógica, un idioma o lengua no sería un idioma sino una mera acumulación de palabras que poco o nada informaría acerca del ser de las cosas.

Toda disciplina científica contiene conocimientos de difícil acceso para quien se halle desprovisto del debido entrenamiento intelectual. Todas las ciencias trabajan con conceptos, proposiciones y razonamientos. De que los conceptos sean claros y distintos, de que las proposiciones sean verdaderas, de la rectitud y validez de los razonamientos, depende la confiabilidad y certeza  del conocimiento científico y filosófico. Por ello, el estudio de cualquier disciplina científica nos exige tomar distancia de nuestras particulares opiniones, gustos y deseos. Así entonces, desde el punto de vista lógico, no es correcto lo que nosotros consideremos como tal porque concuerda con nuestros gustos, aspiraciones, deseos u opiniones, sino, contrariamente, es correcto lo que cumple con las reglas generales del pensar, que son universales y necesarias y, por consiguiente,  ajenas a nuestra voluntad.

Finalmente, si bien la lógica no es infalible —como no lo es ninguno de los conocimientos humanos—, su cultivo sí podría protegernos en gran medida contra los errores del pensamiento, vigorizar nuestro intelecto para una mejor comprensión de los asuntos humanos y resguardarnos, en consecuencia, de los fanatismos ideológicos (religiosos, políticos, de “género”, etc.) que tanto daño causan a la vida social y por entero a la humanidad.

 

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Publicado en el suplemento cultural El Corredor  Mediterráneo (Diario Puntal), N° 917, el 19 de agosto de 2020.



[1] Existen otras lógicas, como la lógica matemática o lógica simbólica, etc., que tienen aplicación en otros campos del conocimiento.

[2] Fedro, 264c.

[3] Aristóteles no llamó “lógica” a sus investigaciones sobre este tema, sino “ciencia demostrativa” (Analíticos primeros, 24a10). El nombre de lógica le fue asignado posteriormente por sus recopiladores.