Transgresión y otras poemas de Margarita Belandria







TRANSGRESIÓN 

Es ahora el ave de vuelo más alto y más hondo canto.
Descosida a pulso de ásperos barrancos,
frotando piel y huesos entre espinas,
ha enterrado en ellas humores viejos
y plumas laceradas
para el lance transgresor hacia lo alto.
A este otro plumaje  ya no lo chamusca ningún fuego,
ni el triunfo sobre el dolor,
aunque siempre lo padezca,
habrá de envanecer  su canto.
Nunca de los astros vio tanto brillo
ni tanto fulgor de los volcanes hirvientes.
Nada se le escapa de las grietas ocultas por la hiedra,
ni de las calles donde millones de párpados
trémulos por justicia claman,
ni del palacio donde el autor de la desdicha baila.
Tropel de rabias de jauría,
quien hoy danza sobre la hierba pisoteada
no habrá de escapar de entre sus llamas.
Perpetua e implacable en su vigilia cuida el canto sereno,
que nadie lo emponzoñe ni haga turbio
el resplandor de su cristal inagotable.
A las fauces de la hosca realidad las desafía,
se para enfrente blandiendo el verbo que taladra:
que caiga y ruede lejos el autor de la desdicha,
porque no hay tronera más oscura que su espejo
ni sombra más inmóvil
que la desprendida de su tiniebla descarnada.
Que no nos atrape su demencia
y descuartice los sándalos del aire.
Que no se nos pierda la memoria:
nos sorprendió en la noche con su lengua larga
y su ojo de reptil soliviantado. 
Pero nosotros, como feroces combatientes,
recogemos  los caídos en plazas y calzadas,
y vamos encendiendo una lámpara que vigile la ternura,
y otra vigilante del hálito divino
que se amaña únicamente
en donde sólo de amor los corazones saltan.
Y podremos mirar las mansas aguas
traspasando  los umbrales de la Tierra,
y podremos celebrar a la paloma
que llega volando al campanario
a dibujar el arco iris de esta alianza.
Saldrán entonces los pequeños ruiseñores
a cantar un nuevo día
y los colibríes a trenzar  sus nidos
con otros musgos y nuevos algodones
en la misma araucaria
donde se alzan las bromelias ondulantes.
(Mérida, 2017)


LA YERBA DE LAS ROSAS

Despido sin duelo los festines.
Un aplauso sacude los huesos de  mis manos,
las  que retiran la yerba de las rosas
y tiemblan  al rumor de los clamores
maldiciendo al  colmillo  enrojecido
que muerde el dolor de los corderos.
Manos para  siembras afanadas,
para tantear oleadas de palomas
que olvidadas de nidos y algodones
muy lejos se alejan arrullando.


RUMBO AL SUR

No es posible desandar mis pasos.
Una corriente de vientos platinados
los arrastra con  fuerza vegetal
al verde territorio de vendimias
que se apresta cuantioso  al agasajo.

Es un trueno que resuella adentro,
relámpagos australes,
festejos de risa enamorada,
temblores en mi mano agradecida.


CUANDO LA TARDE MUERA

Mañana cuando llueva miraré a la araucaria con sus viejos temblores.
Cantaré aquella canción mañana mismo cuando la tarde muera.
Entonces, ¿quién estará en la puerta  cuando  el invierno venga?,
¿Quién  en la sala para  escuchar del viento  su gemido?
Pienso en qué harás con la delgada huella que acomodé en tus manos,
con esa lágrima que saltó de donde tu alma se levanta.
Recuerdo  en tus ojos el revoloteo de golondrinas
y en tu boca   el susurro quedo de las abejas errantes.
Voy soñando  tus manos imposibles,
y tus pies enrumbados por lugares que ignoro.


PORFÍA

Dijo un día que no invitara a nadie a nuestra casa.
Alguien terminaría escribiéndonos un cuento en el corazón,
poniendo en él una canción,
susurrando en él,
porfiando en él.
No escuché nada;
ahora un piélago separa nuestras casas.

En los potreros solos  crecen los abrojos cada vez más altos
y plantas  que  despiden al sol de las ventanas.
Las soleras del techo son pasto de termitas;
un polvillo de madera
hace un montón sobre la cama
donde  sólo duerme bajo las cobijas
el recuerdo de una canción
que alguien musitó en el corazón,
cuchicheando en él,
porfiando en él.

***


Poemas publicados en el libro Otros puntos cardinales. Coedición de la Asociación de Escritores de Mérida y el CENAL. Mérida,  de 2006.


SUR

La puerta de mi casa mira siempre al Sur,
donde las aguas escurren a morir
y los pájaros caen como ceniza.

Oigo el  seco crujir de los geranios
por  el  silbido que baja de las nubes.

Vivo solamente si me dueles,
si ardes como antorcha entre mi carne.

Ríos que braman siempre al Sur.
Siempre al Sur,
hacia donde la puerta de mi casa mira.


SUBLEVACIÓN
Has hecho mis ojos para mirar la nada,
mi lengua incapaz de pronunciarte,
mis oídos sordos a la sinfonía de las esferas.
Abro la puerta por donde salió la ausencia:
los árboles gritan su caída;
las piedras, su silencio.
Los corazones golpean furiosos en los pechos afanados,
y un alcatraz vigila el eco de su corazón dormido.
Mi alma delgada de tristeza se subleva.
Clama en el áspero color  de los desiertos,
en el grueso sabor  de la tiniebla.
Como yo aquel día
has puesto un silbido en el roto corazón de la calandria,
y un nidal secreto en cada bosque de la Tierra.
Desde esta tierra querida de la muerte
lenguaradas  se alzan en busca de tu nombre.
Callado el cielo  oscurece  herbolarios tropicales,
borrando de tristeza ciertas tardes,
aquella esquina no mirada.
Por ti los lirios cayeron de rodillas
y una barca ligera se arriesga en profundidades marinas.
En la tarde postrera regresas una nube
a la niña que juega con  zafiros.

VELO

Que ande yo como ahora
sin las venas palpitando;
sin un hilo de voz
entre este bosque de alaridos.

Yo, que durante siglos velo
el ronco sonido de la noche,
he mirado con estos pobres ojos
el llanto mudo del parto de las perras,
y la orfandad de cuanto habita
bajo el cielo arrodillado.

Yo, que yazgo sobre tierra fría
oyendo caer la ceniza de los muertos,
me pierdo a las cuatro de la tarde
en sopores estivales
y siento
una enorme punzada
al  recordarte.

EL OLOR DE MI EXISTENCIA

Huelo mi existencia
y sólo encuentro  los gestos
inventados.

¿Qué destino ha tomado el autor de las hechuras
que revuelve sangre, barro, vida, yerba y muerte?

¿Soy del llanto que llevo en las pupilas?

Despertar quisiera en otra hora,
hilar minutos  de otra orilla
y estas lágrimas saberlas mías.


AGUA CALMA

Como agua calma
miro las tardes alumbrar.

Ovillando los recuerdos
asoman  mocedades
en los resquicios del tiempo.

Desempolvo el espejo
que guarda mi memoria,
y sólo consigo mi nombre
y este destino inexplicable.


ALBRICIAS

Noches de espeso latido mineral.
Noches enteras ovillando soledades,
mirando la estatua de mis huesos
pálida de tantos resplandores.

Imposible amordazar
al tiempo,  su alarido;
reclamar las albricias
de tanta brevedad.


ABISMOS

Por el suave andar  de las olas que me gritan
y la misteriosa adhesión de  la hiedra entre los muros,
palpito en el seco temblor de los geranios,
en la mirada triste de los perros
y  la queja que escurre de las nubes.

He hallado una rosa ante mi puerta.
He sentido el  beso tuyo en mi rodilla.
Oigo el rumor de todos los silencios
y de cada instante su muerte repentina.

Sé del temblor que tiembla en las entrañas.
Sé de tu alma que mide los abismos.
Sé de la voz que desciende vertical
que arroja y que calcina.


OTROS TEJADOS

Cuando los aguijones de la soledad
se claven en  nuestros aposentos
estarán nuestros ojos
en espejos desteñidos,
en  tejados  diferentes.

Otras  puertas
se abrirán  a nuestras sombras.

Mañanas menos tibias.
Crepúsculos más pálidos.
Otros puntos cardinales.

SIN NOMBRE
Entró igual que un águila
volando a través de las cornisas.
Enrumba alas y memoria
hacia las casas agachadas
en la cresta del barranco
que antes fuera la colina más alta.
Otea.
Escarba  el hedor de  los corrales
despeñados hace tiempo.
Muy lejana se oye la voz  de un campanario.
Con el mismo impulso
sale en estampida a buscar otros aires,
y  su rastro sólo queda
en los ojos aguados
de los perros sin nombre.


EN LA TARDE

¿Por la simple levedad de tu sonrisa
debo desgarrar la vida mía?

¿A dónde fueron los besos
que echabas a volar hacia los míos?

Camino y desando el vecindario.
Nada me indica el sendero que te lleva,
¿hacia otros brazos amados igual como los míos?

La cuerda cruel se ajusta en mi garganta.
Mis labios solos ofician su canto al beso prometido.

Me mira la tarde con su cara triste,
y con la misma tristeza yo también la miro.

¡Quisiera olvidar hasta el sonido que te nombra!
¿Quisiera olvidar ese sonido?


CON LA TRISTEZA AL HOMBRO

Quise despedir
tristemente a mi tristeza.
Vagué por calles grises
en busca de un lugar
para tirarla.
Pero ella
acarició mis ojos,
se  enroscó en mis labios
y, como  gota de hiel,
se instaló en mi garganta.


MIS RANAS
A Pedro, Miguel y Leo

Noches lejanas, eterna letanía,
detenida y doliente en los rosados del alba.

Croando su tristeza sajaron mi corazón
al filo de su canto.
Con esa cicatriz desafié mi mundo de verdugos
que osaron mudarnos la esperanza.

Mis viejas ranas
de plateados charcos,
lectoras de la lluvia,
maestras del pantano.
(Mérida, 1984).


ELEGÍA
A José Luis Dugarte Belandria

Qué bonito se oye tu nombre
desde la penumbra
donde crecen florecitas
con tu llanto sepultado.
Bien bonito se oye ese nombre
del que brotan saltarinas
algunas letras sustanciales:
La  r  de tus risas apagadas.
La  i con su gorrita puesta
sobre estragos de quimioterapia.
La  a  dolorosa de la madre
tiñendo sus cabellos de oro
para esconder
tanta tierra encima,
tanta lágrima.

BRIZNA DIMINUTA

La tarde acaricio con mirar sereno,
el alma dulce por el  llanto,
las aves  amorosas en los cielos.

Emergen  flores  de sus trazas verdes
en tono celeste con la tierra.

Y el gorjeo de la vida
en la brizna diminuta que mueve a las espigas
y  al polvo levantado por los pies pequeños
nublando los ojos y los vientos.


DESDE EL  RÍO

En la sombra  que habita entre tus ojos
ya no brilla lo que amabas.
Desde el río se oyó el adiós definitivo.
Su cuerpo frunció la montaña con enfado.
Ella  sabe cuánto la amó nuestra mirada
de encantos compartidos.
Esa noche  quedó  inmovilizada
ante el fragor de mi lamento.
Más espesa desciende la neblina.
Más helada.
Hacia extrañas latitudes
llevaron las aves su aleteo
y las caricias de su canto.
En silencio atroz mi corazón
y los  riscos escarpados.
¿No podías quedarte?
No podías.
Ya en tus horas
comenzaba a descender la tarde.
Ibas camino de la sombra.
La que siempre te aguarda,
fatal, definitiva.
¿En qué lugar reposará mi alma
que no esté el vacío de tu presencia amada?
Las aguas todas  mis besos llevaban a tu mar.
Ahora duerme en mi garganta un pozo turbio.
Yo, domicilio de todo lo perdido,
me planto ante el dolor
que habrá de aniquilarme.
(Mérida, 1991).


HACIA LA NADA

¿De dónde llegas volando,
mi amor, llegas de dónde?
¿De lo  azul,
de donde el sol se esconde?
¿De la madrugada,
del río,
de la cañada?
¿Palpitando, mi amor,
vienes llegando?
¿Palpitando, mi amor,
hacia la nada?


TU SILENCIO OYENDO

Alma mía,
alma de mi alma,
pedacito de aroma de capullo,
déjame soñar hasta la muerte
pero siempre siempre entre el silencio tuyo.

Alma mía,
alma de mi alma,
manojito de luz  con que me enciendo,
deja que me  apague hasta la muerte
pero siempre siempre tu silencio oyendo.

Agua clara
que rueda  entre mis manos
transparente y alada como  pájaros  temblando,
déjame morir mi larga la muerte
pero siempre siempre tu presencia amando.


LEO

La luna te va soñando
con sus granitos de arena,
con sus ojitos llorosos,
llorosos de pura pena.

Al río se fue a bañar,
se fue a bañar Leonardo,
en sus manitas morenas
dormían bromelias y nardos.

Traías la risa del río,
traías aromas del viento,
y en tu corazón traías
ramitas de pensamientos.

Vienes volando a caballo
con un lucero en la frente,
ojitos de flor de mayo,
aromas de cal y fuentes.

Sentado estás en la plaza.
Ya fuiste a jugar al río…
¿Por qué tus ojitos llorosos,
llorosos como los míos?
(Mérida, 1986)