EN TOTUMOS


 

Margarita Belandria

 

Cuando su cabeza rodó por el suelo moviendo los ojos hacia arriba y hacia abajo para cerrarse pensativos ya no fue posible percibir que la amenaza del amo y señor de los ejércitos no había sido apenas una metáfora como nos dijo que era a los sufridos habitantes del pueblo de Totumos que asentíamos con la cabeza taciturna escuchando las exégesis de los vocablos proferidos por el amo, el redentor sacrificado, enviado por la divina providencia para salvarnos de las garras imperiales del vecino norteño de Caretas  que robaba con voracidad nunca antes suscitada hasta las aguas subterráneas y todo cuanto se producía, empezando por los huevos, y todo lo que crecía y se movía en el territorio  sufrido de Totumos.  Qué va, el amo era un elegido y como el divino Jesús se sacrificaba para salvarnos  expresándose en pura alegoría  cuyos secretos designios sólo él como intermediario podía explicar a aquellas mentes mentecatas que habían perdido la esperanza y la memoria desde la horrible peste que durante cuarenta años arrasó a sus habitantes con vómitos de sangre y calenturas que  achicharraban la mano a los curanderos isleños cuando la colocaban en la nuca de los enfermos para saber de qué mal se estaban muriendo.  Qué va, hacer una fritanga de cabezas como dijera el redentor sacrificado no quería decir eso sino todo lo contrario y en el más peor de los casos era apenas mandar al cipote a los culpables de tantos desafueros que habían construido puentes y carreteras para que se cayeran no antes ni después sino justo en el momento en que el amo estaba en su gobierno y habían cuidado con esmero el cerro más alto del pueblo para que se desmoronara como un aluvión endemoniado no antes ni después sino justo cuando el amo estaba en su gobierno y habían criado vacas para que se volvieran machorras y en el puro hueso no antes ni después sino  justo cuando el amo estaba en su gobierno y qué otra vaina se podía hacer con esas pérfidas cabezas, marrulleras, que desde antes de  nacer el redentor ya lo andaban persiguiendo y desde antes de  nacer ya estaban conspirando para derrocarle su gobierno, pero una fritanga de cabezas, qué va, eso no quería decir eso. Después rodaron  por montones pero ya más nadie supo que la suya había de ser la  cabeza venidera porque en ese pueblo sufrido de Totumos nadie sabía nada de nada y para que supieran algo de algo  el redentor sacrificado hubo de pedir ayuda a una isla cercana donde la sabia conducción de su patriarca había forjado la más avanzada civilización que se hubiese conocido sobre la faz de la Tierra,  y de allá iban llegando por tandas bandadas de curanderos que curaban todos los males incurables y maestros que sabían   enseñar  la historia como era y  enseñaban a leer hasta a los burros que era lo que más abundaba en aquella desolada podredumbre que era el pobre y sufrido pueblo de Totumos, y enseñaban a meterle el dedo en el culo a las gallinas para saber si tenían huevo pa hoy o pa mañana y cómo rendir la renta carbonera del pueblo de Totumos que tenía minas de carbón suficientes para calentar a todos los emparamados del planeta.  Iban llegando por tandas curanderos prodigiosos que con una sola píldora curaban todos los males y nunca el pueblo fue más saludable y la gente nunca más sufrió de infartos ni de esas tremendas arrecheras porque hasta entonces las rastras de maldades venían empaquetadas con precintos del vecino macabro  de Caretas. Iban llegando por tandas ingenieros que en una sola espabilada levantaban puentes descomunales y autopistas gigantescas que nunca más se fueron contra el suelo, y para completar la hartura de la dicha y  nada más faltase vinieron las putas más sabias de todas la putas de la Tierra que sabían todo lo que había por saber y hacían en la cama o el baño o donde fuera los números nunca jamás por nadie imaginados, qué bendición, y entonces por fin el pobre y sufrido pueblo de Totumos vio a la felicidad en plenitud erguida y solemne como el resplandor de una espada que no sólo la podían lamber y manosear con todos los dedos de la mano y enrollarla y metérsela en el bolsillo o donde fuera sino hacer regueros de ella hasta en los más recónditos extremos  de todos los dominios territoriales donde quedaron abolidos para siempre todos los dolores y hasta la mierda dejó de oler a mierda y ser lo que era para trocarse en terroncitos de oro que se precipitaban como ventarrones sobre los techos de las casas que antes fueran de cartón y barro. No habiendo  más nada por hacer  porque ni una pajita más de felicidad cabía por las rendijas de ninguna parte, se hacían concentraciones en la plaza  donde las muchedumbres fervorosas  aclamábamos al amo y señor de los ejércitos a quien hubo que coserle de emergencia unos gruesos calzoncillos impermeables para sujetar los enormes chorros empinados que  ensopaban sus calzones con cada tanda de aplausos y aullidos de gozo enfebrecido cuyo estruendo hacía volar a las palomas espantadas. Y como único medio de atajar las fuerzas malignas alborotadas a mansalva por el vecino norteño de Caretas y no ver a la felicidad en plenitud descuartizada, ofrendábamos  en altares a los más tiernos inocentes cuya sangre  derramaban piaches y babalaos  sobre el inmenso cuerpo sediento del redentor sacrificado.

 

En Totumos fue publicado en la III Antología de Narrativa. AEM. Mérida-Venezuela, 2006.

Y en la Antología de narrativa “Monte y Culebra” editada por la Dirección de Cultura de la ULA. 2009.